domingo, 21 de abril de 2013

Una memoria emborrachada


Después de todo un día de estudios, esa noche habíamos ido a un bar para celebrar que el papá de Tomás había conseguido un nuevo trabajo luego de seis meses cesante. Su padre nos acompañaba a los cuatro a todas las fiestas y carretes, era el mejor amigo de su propio hijo. El tío se fue a las dos horas de que llegamos al bar, ya que el trabajo que había conseguido era de noche. Nosotros cuatro nos quedamos hasta las cinco de la mañana hasta que cerraron el local. Entre todas las cosas que nos ocurrieron, nos robaron las mochilas a todos, a mí y a Adrián nos robaron los celulares sin que nos diéramos cuenta, y con lo único que nos quedamos fue con nuestros documentos y con el celular de Tomás, aunque de mucho no sirvió ya que no tenía saldo.
              
Estábamos borrachos, no teníamos ni una pizca de dinero. Tirados a nuestra suerte en el Barrio Bellavista y viviendo todos en Ñuñoa no teníamos mucho que hacer más que caminar a nuestras casas. Entre los cuatro, el que peor estaba era Tomás. Había perdido la memoria de tanto beber, a pesar de que por ese momento no nos conocía seguía con nosotros porque le chamullamos que lo llevaríamos a un after hour. Adrián estaba con muletas y gracias a él avanzábamos poco y nada. Marcelo estaba un poco más lúcido, se había tomado dos roncola y estaba bastante “Happy”.Y yo estaba medianamente ebrio, pero lo bastante lúcido como para recordar la mayoría de los hechos que ocurrieron ese día.

Luego de que nos fuimos, cuando pasamos por Plaza Italia nos topamos con un grupo de neonazis que estaban golpeando a unas mujeres, que de mujeres no tenían más que la ropa. Adrián, como era bastante libertario para sus cosas, con muleta y todo salió a defender a las “mujeres” de su golpiza. Luego de esto tuve una laguna mental. Eso sí, recuerdo que todos nosotros menos Tomás, al que encontraríamos dos cuadras más al sur escondido detrás de unos basureros, estábamos adoloridos y con una que otra parte del cuerpo morada. También recuerdo que tenía un parte de Carabineros por beber en la vía pública. Lo más raro de todo esto, es que no sé cómo no amanecimos en los calabozos de la comisaría por estar bebiendo, o,en el peor de los casos, en el hospital de la golpiza que de seguro, los Carabineros nos salvaron supongo yo, nos debieron haber dado el grupo de neonazis. Lo importante es que seguíamos los cuatro intactos aún camino a nuestras casas.

Al rato de seguir caminando y dejar todo este altercado en segundo plano, a la altura de Avenida Matta y nuevamente en Irarrázabal, Marcelo se puso a vomitar. Me extrañé y le pregunté qué le pasaba. Me explicó que era porque antes de venir al bar le habían diagnosticado una úlcera, y al parecer estaba mal de eso. En todo caso, dudo que haya sido por eso, creo que era por el alcohol, a pesar deque tomó poco. En todo caso, bastante imbécil de su parte beber alcohol teniendo una úlcera.

Al pasar alrededor de una hora más de caminata, llegamos al Estadio Nacional, en el cual nos topamos con un grupo de hinchas de la Universidad de Chile que recién venían saliendo de un after hour ya que la noche del día anterior su equipo había ganado contra Santiago Wanderers. Fue en ese entonces que me enteré que Marcelo era Wanderino de corazón, así que les ofreció pelea. Fue una mala decisión de su parte, ya que ellos eran siete y nosotros dos, ya que Tomás al primer grito de guerra salía corriendo, y Adrián y Marcelo por las condiciones en las que se encontraban valían un medio cada uno. Entre dos tipos agarraron a Marcelo y empezaron a golpearlo. Tomás estaba estupefacto mirando hacia todos lados dando vueltas al lado de un paradero del Transantiago. No contaron que estaba mal del estómago, les vomitó encima de todos mientras lo golpeaban. En ese momento, Adrián aparece por detrás de los tipos golpeándolos con su muleta,dejando en la lona a casi la mitad de los tipos. Cuando el resto se fue a defender les propinó patadas y puñetazos uno por uno. Le pregunté que qué había sucedido con su pie, ya que se suponía que tenía un esguince, a lo que me responde que con el alcohol se le pasa el dolor y le da por recordar que años atrás había sido cinturón naranjo de karate.

Levantamos entre los dos a Marcelo, y cuando nos disponíamos a seguir caminando, nos dimos cuenta que Tomás estaba Hablando por celular. Me acerqué a él y le pregunté con quién hablaba, a lo cual me respondió que con su papá. Al parecer ya había recobrado la memoria. Cuando colgó nos dijo que su memoria volvió cuando vio la escultura del pilucho, al recordar que todos los días pasa por allí con su papá cuando éste lo pasa a dejar en su auto a la universidad. Le preguntamos que qué hacía hablando con su padre. Haber sabido que el trabajo que había conseguido era de conductor de radiotaxi en Rodrigo de Araya y que él con su hijo tenían plan para hablar gratis en sus celulares, nos hubiésemos ahorrado treinta mil pesos de un parte, un par de ojos morados por defender a unos travestis, una golpiza a causa del fútbol y un par de vómitos en medio de la calle. A los pocos minutos el papá de Tomás llegó a buscarnos. Nos dejó en nuestras respectivas casas y volvió a su trabajo.

A la mañana siguiente Llamé a los chicos para saber cómo estaban: Marcelo amaneció mejor del estómago, me dijo que se tomó un Omeprazol y se mejoró a las horas; Tomás salió con su padre al médico por el tema de su amnesia cuando bebe alcohol; Adrián amaneció con un dolor intenso en su pie, al parecer se le cortó un ligamento, y también partió al médico; Yo, amanecí con un ojo morado y una resaca de niveles interestelares.

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