-¿Recuerdas
aquel día en que nos convertimos en tu familia? Tenías apenas seis años, una
sonrisa de oreja a oreja y lágrimas de felicidad por montón. Ni te imaginas
cuánto lo fuimos tu padre y yo. Él estaría orgulloso de verte hoy en día, con
una carrera universitaria terminada y una vida envidiable. Pero por el
contrario, creo que estaría desilusionado de las palabras que acabas de decir. ¿Qué
él jamás fue tu padre?
-Él
nunca lo fue. Mis verdaderos padres deben tener una vida infeliz al haber perdido
a su hijo.
-Ellos
no son tus padres. Padres son los que crían.
-Ellos son
quienes tienen mi sangre, no ustedes. Ese es un argumento barato.
-¿Argumento
barato es el que te hayan abandonado? ¿o el que nosotros te recogiéramos de un
camino casi seguro a la perdición? Ellos no te perdieron en contra de su
voluntad, lo hicieron a propósito.
-Ellos
no harían algo así.
-¡Ah!
–la madre enfurece y le da una bofetada- Ellos tenían apenas dieciséis años
cuando tú naciste. No eras más que un estorbo en sus vidas, jamás fuiste
planeado.
-Pero
yo… -solloza.
-Te
diré una cosa. Cuando los padres tienen a sus hijos, los tienen aleatoriamente.
No deciden si sus hijos son altos, bajos, rubios o morenos. Tu padre y yo
tuvimos la dicha de poder elegir a nuestros hijos, los cuales ahora son tus
hermanos. En el orfanato eras el más triste entre todos, ni jugabas con los
otros niños. Nosotros vimos en ti un niño de corazón noble, que necesitaba un
pequeño empujón para salir adelante. Nosotros debimos pasar muchas pruebas para
ser aceptados como adoptantes, ya que decidimos darles la oportunidad a chicos
sin familia de tener una. Los adolescentes, como lo fueron alguna vez tus
padres biológicos, tienen relaciones sin tomar las suficientes precauciones, y
al momento de quedar embarazada la mujer, no tienen pudor en abortar.
-Pero
dime, ¿tú conoces a mis padres biológicos?
-Tus
padres biológicos son mi sobrino, o sea, tu primo, y su novia. Fue una
coincidencia inmensa saber que el hijo de mi cuñada fue quien te abandonó. No
lo supe hasta hace dos o tres años. Toma, aquí tienes la dirección, por si no
la sabes. Si quieres, puedes ir a verlos, ahí verás lo que haces.
El
hijo tomó las llaves del auto y se dirigió a la dirección indicada en el papel
que su madre le dio. Estaba obnubilado por sus pensamientos, evitaba a toda
costa convencerse de lo que había dicho su madre, quería sólo él tener la
razón. No había ido a la casa de su primo antes, éste tenía dieciséis años más
que él, lo que calzaba con lo que le había mencionado su madre. Al momento de
llegar a la esquina de la calle en la que se encontraba la casa indicada, vio
desde allí a su primo subiéndose a un auto junto a su novia y dos niños
pequeños. Se veían alegres, como si jamás en sus vidas hubieran pasado por un
momento trágico. Los niños no superaban los cuatro años de edad, y de sus bocas
se veían gesticular varias veces la palabra “papá”. El chico comprendió en ese
momento que todo lo que su madre le había mencionado sobre ellos era totalmente
cierto. Vio que su primo y su novia eran felices junto a sus hijos sólo por el
hecho de haber nacido en un momento adecuado, no como él, quien fue sólo “un
error”.
Se
sentía avergonzado, creía que son sería capaz de volver a ver a su madre a los
ojos por lo menos en unos días. Creía que definitivamente había defraudado a su
padre por las palabras que dijo a su madre. Decidió ir a la casa de su novia
para desahogarse un momento y pasar la noche. Al llegar allí, tocó la puerta de
la casa. Lo recibió su novia, quien se fijó que estaba llorando. Se extrañó y
lo hizo pasar.
-Amor,
¿Qué sucede? Te veo mal. ¿Por qué lloras? –le preguntó.
-De
que me sucede algo, me sucede algo, pero no sé qué es explícitamente.
-Siéntate
y cálmate. ¿Te sirvo un café?
-Estaría
bien.
El
chico tomó asiento en el sillón. La chica fue a la cocina y, mientras su novio
lloraba, le preparó un café. Al momento de sentarse junto a él, éste recibió el
café, tomó un sorbo y lo dejó a un lado en la mesa de centro. Éste se acurrucó
en el sillón, apoyó su cabeza en los muslos de su novia y, mientras pensaba en
las palabras con las que le pediría perdón a su madre el día que volviera a
casa, rompió a llorar.
Alfil de Pamela